viernes, 19 de marzo de 2010

PINTURA CHILENA: ALFREDO VALENZUELA PUELMA


Ninfa de las cerezas

La devastación y el desconcierto que ha quedado después del Gran terremoto me obligó a hacer una pausa... El movimiento sísmico ha remecido también las emociones, la conciencia y el pensamiento; he temblado reconsiderando mi quehacer, y la conclusión ha sido de afirmación, de persistencia, de enfrentamiento ante cualquier adversidad a la manera de Epicuro.


Vida y obra de Alfredo Valenzuela Puelma


Este Gran Maestro de la Pintura Chilena y de aquí universal, nace en Valparaíso en 1856. Hace su primera formación artística en la Academia de Pintura bajo la dirección del pintor alemán Ernesto Kirchbach que luego continuara con el maestro Florentino Giovanni Mochi con quien mantendrá una gran amistad.
En 1881 realiza su primer viaje a Europa donde permanecerá por 4 años. Estudia acusiosamente las obras de Velázquez, Murillo, Ribera, Rembrandt y Tiziano visitando museos y copiándo varias de sus obras. Vuelve a Chile pero por poco tiempo ya que realiza un nuevo viaje en 1887, profundizando sus estudios en los museos y participando en los Salones donde recibe elogios de la crítica y del público; son de esta época sus conocidos desnudos La ninfa de las cerezas, Náyade cerca del agua y La perla del mercader.
En 1890 regresa nuevamente a Chile moviéndose continuamente entre Santiago y Valparaíso en su afán de organizar eventos culturales. Un biografo lo tilda de apasionado polemizador, crítico de su época y a juzgar por lo que fueron sus lecturas predilectas debió ser sin duda muy incisivo y vanguardista entendiéndose lo incomprendido y poco apreciado que fué su arte en Chile cuya mentalidad en muchos aspectos estaba aún empantanada en la época colonial. Lo mordaz de su crítica le traerá como consecuencias molestas enemistades que le cerraran caminos, y sería la suerte que corrieron otros hombres comprometidos que no simpatizaban a la altiva plutocracia chilena, como la suerte que correría su amigo , el Presidente Balmaceda, que prefirió el suicidio ante la guerra que le planteo el gran capital. Pero Valenzuela Puelma aún cuando admirase a Bakunin y Kropotkin no fue un miliciano anarquista sino un artísta cabal, enamorado de su arte. Su obra no cayó en lo propagandístico pues comprendió que el arte puede contener una rebelión radical y que puede ser tan explosiva como la dinamita cuya onda expansiva trasciende hacia la eternidad. El año pasado con motivo del Centenario de su muerte se organizo en la Corporación Cultural de Las Condes una retrospectiva de su obra; así las nuevas generaciones de familias de la alta alcurnia capitalina tuvieron una excepsional oportunidad de conocer su obra, mas lo que él pensaba acerca de las clases sociales, del abuso de unas sobre las otras, de la esclavización y el desprecio hacia los prójimos, posiblemente lo ignoraran por siempre porque en sus pinturas apenas se transmite su desasosiego por los temas de esta índole. Sin embargo, su vida dedicada de lleno a la pintura refleja su toma de posición hasta las últimas consecuencias que para él seria el desprecio por su obra, el olvido y una soledad enajenada en París hasta el día de su muerte.


Náyade cerca del agua (181 x 120 cm).



La lección de Geografía (82 x 110 cm).




Jarrón y manta Sevillana (58 x 39 cm).





La Sevillana (85 x 62 cm).



La perla del mercader (214 x 138 cm).


Ahora para un análisis puramente pictórico y estilístico transcribo un fragmento de exquisita prosa de un prestigiado teórico del arte en chile:
"Fué fiel a su ideal, y los cambios que se advierten persiguen siempre una mayor perfección. Algunas de sus obras están dentro de la mejor tradición pictórica. No la tradición fría y anacrónica de los académicos retardarios, sino la que busca el predominio de los valores plásticos sobre los puramente imitativos.
Incluímos en esas obras Retrato de Mochi y El niño del fez, cuyo valor artístico debemos considerarlo, no desde el punto de vista del retrato, sino como pintura, como un conjunto de formas, de masas coloreadas, que producen un cierto efecto figurativo.
Y vistas tales obras con ese criterio-el único válido para la historia del arte-pueden considerarse como de muy alta jerarquía plástica, destinadas, sin duda, a persistir en la estimativa de la posteridad.
La segunda, sobre todo, resume el saber y la madurez del pintor. Pintado este retrato en Sevilla, se recoge en él la experiencia acumulada a lo largo de los museos europeos. Es obra de acusada objetividad, pero tiene, empero, un halo de magia y de gracioso lirismo. El alma juvenil e ingenua del modelo se asoma a la mirada atenta y vigilante. Pero no es esto lo más valioso, sino la sencilla, la suprema lección de artesanía y, a la vez, la sublimación de la realidad al ser transformada en materia artística".
Antonio R. Romera : Historia de la Pintura Chilena




El niño del fez (27 x 18 cm).




Retrato del pintor Giovanni Mochi (70 x 55 cm)



Mi hijo Rafael (46 x 34 cm).



Niña co vestido amarillo (100 x 64 cm).


La mamá feliz (83 x 61 cm).

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